Yo y mi manía de explicarlo todo.
Y de pensar, porque esa es otra de mis manías. Y en una de esas reflexiones he
visto claro que quizá el primer problema del feminismo radica precisamente en
el término. ¿Por qué? Porque llama a muchos a confusión. Está muy extendida la
creencia de que el feminismo es lo contrario al machismo y, obviamente, esa es
una concepción totalmente errónea. Quizá, habría que haber bautizado el
movimiento como «apoginos» u otro término de ese estilo que dejase claro que lo
que el feminismo significa es, ni más ni menos, que la defensa de la mujer. La
igualdad.
Cansa ya
tanta utilización del término con la intención de criminalizarlo, desvirtuarlo
y pisotearlo. En determinados casos, se trata de algo achacable a la
ignorancia, pero, lo que ya no puede achacarse a eso entra sin más en el
terreno de la utilización torticera que persigue otros fines, aprovechándose
precisamente de esa ignorancia tan extendida.
El
feminismo, señoras y señores, no predica ni persigue dar a la mujer más
relevancia que al hombre. Lo que persigue, desde hace ya mucho tiempo, no es ni
más ni menos que la mujer pueda gozar de los mismos derechos y posibilidades
que los hombres. Persigue, además, en un avance lento pero seguro, acabar con
actitudes y creencias atávicas que permanecen arraigadas en nuestra sociedad y
de las que, en muchas ocasiones, ni siquiera somos conscientes.
Otro de
los objetivos de este movimiento es intentar acabar con el machismo y sus
múltiples consecuencias sociales. Porque, para aquellos que no lo sepan, el
machismo viene definido en la RAE como «la actitud de prepotencia del varón con
respecto a la mujer» y «una forma de sexismo caracterizada por la prevalencia
del varón». Para quienes hayan leído con cierta atención hasta aquí, ya debería
haber quedado claro que feminismo y machismo son dos cosas que no tienen casi
nada que ver. Uno aboga por la igualdad y el otro, por la desigualdad y el
sometimiento.
A estas
alturas, si aún no ha abandonado la lectura, habrá quién esté pensando que esa
igualdad ya existe. Pues, no. Ni de lejos. Si se molestan en cotejar algunos
datos, verán con claridad la enorme diferencia que separa el número de mujeres
y hombres en puestos directivos, lo que se denomina como techo de cristal. Este
término debería quedar claro para todos. No es difícil de visualizar. Parece
que la mujer tiene las mismas posibilidades de escalar, pero no es así.
También es
evidente la diferencia salarial. La denominada brecha salarial, de la que
seguramente casi todo el mundo ha oído hablar en alguna ocasión. Es más,
millones de mujeres son conscientes de ella cuando cobran a fin de mes sabiendo
que sus compañeros varones están cobrando en muchos casos más que ellas por el
mismo trabajo.
Y luego
está la otra manifestación del machismo. La de la sangre. La de la sangre
derramada, que es la que se ve. Y la otra, la que no se ve, pero está ahí
presente en las actitudes diarias: en la descalificación, la necesidad de
control, la cosificación y la criminalización de la mujer.
¿Creen que
estoy exagerando? Puedo poner algunos ejemplos. Cuando una mujer defiende sus
derechos con lo que algunos consideran excesiva vehemencia, suele ser
calificada como marimacho, feminazi o algo similar. Cuando una mujer decide
tener las relaciones que considera convenientes, sigue siendo calificada como
puta. Cuando a ciertos animales que se llaman a sí mismos hombres, sienten
deseo sexual, se limitan a alargar la mano para coger a la mujer que mejor les
venga, que para eso es un objeto, una cosa para su uso y disfrute. Y si, para
colmo, a esa mujer le había dado por tomarse una copa, entonces, además, es que
se lo había buscado, y la culpa es suya.
Si alguien
piensa que esto es cosa de viejos, entonces es que no vive en este mundo. Es de
viejos y de adolescentes, de hombres y mujeres, porque el machismo pervive
gracias a la sociedad y en ella estamos todos y todas.
Y para que
el feminismo pueda prosperar también hacemos falta todos y todas, jóvenes y
viejos, hombres y mujeres.
Por favor,
no nos dejemos manipular tan burdamente por quienes buscan solo la
confrontación. Antes de tomar partido por algo o contra algo, ocupémonos al
menos de leer un poco, de informarnos, para que esa opinión tenga cierto
fundamento y no seamos peleles en manos de quienes tienen otros intereses en
mente. Nunca dignos. Ni puros.
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