viernes, 1 de abril de 2022

Paraísos efímeros

 


A veces, como canta Julio Iglesias, de tanto correr por la vida sin freno, nos olvidamos de vivir los detalles pequeños en pos de los grandes sueños y los objetivos en ocasiones inalcanzables.


            A veces, solo tenemos que detenernos y mirar a nuestro alrededor para reconciliarnos con la vida y encontrar el paraíso, aunque sea efímero. Porque, ¿qué hay permanente? Ni siquiera la vida lo es.


            Eso he hecho esta mañana sentada a la orilla misma del mar. En ocasiones, las olas me llegan casi hasta donde se posan mis pies sobre los chinos grisáceos. Ese momento, ese instante efímero, me refresca del calor del sol de julio.


            El vaivén de las olas, siempre diferentes, espumosas, invade mis sentidos con su baile casi hipnótico, sus juegos de luces y reflejos. Y ese rumor constante que te mece como una nana antigua.


            Pasa por mi lado un chiquillo rubio camino de la orilla seguido por su incansable y joven padre. El niño, se tambalea aún un poco al andar. Cuando sus piececitos tocan el agua, se gira para mirar a su madre, sonriente, y entonces se topa con mi mirada y le sonrío.


            En su incesante ir y venir de la sombrilla bajo la que se cobija su madre del sol y la orilla, no pasa una vez por mi lado sin intercambiar una sonrisa. Esa mirada limpia y pura, esa sonrisa inocente, me hace sonreír y me ensancha el corazón.


Intento adivinar su curiosidad sin límites mientras va descubriendo el frescor del agua, las piedrecitas de distintos tonos que recoge con interés. Adivinar porque recordarlo me resulta demasiado lejano.


El padre, moreno, treintañero y sonriente, exhibe una paciencia aparentemente inagotable. Va y viene tras el pequeño, incansable, sonriente también. Juega, lo alza en brazos para meterlo en el agua, le habla agachándose para quedar a su altura o inclinándose solícito.


Se acerca una niña. Los había estado observando desde unos metros más allá. La miro admirada de su belleza. Tiene la piel cobriza y es espigada y esbelta. El pelo afro cortado por encima de los hombros y sus facciones finas completan el delicioso cuadro.


Pero lo que más me sorprende es su personalidad. La que me ha dejado vislumbrar cuando he oído cómo se ha dirigido al padre del chiquillo nada más llegar a su altura: «¡Qué bonito tatuaje!». Así, sin más preámbulo y con total inocencia.


El hombre ha echado la cabeza hacia atrás y ha soltado una carcajada antes de darle las gracias. Yo también me he reído sentada en mi silla de playa. Divertida y feliz. Esa escena me ha hecho de repente sentirme feliz.


Así, con solo tres palabras, se ha establecido un lazo de unión entre ellos tres. Tres palabras amables han bastado para unir a tres desconocidos.


Un momento, efímero y pasajero, un paraíso efímero, me ha hecho de repente sentirme feliz de la vida.


Foto: https://www.freepik.es/mrsiraphol

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