Me impactó la frase “Yo no quería morir, quería dejar de
sufrir” que aparecía a modo de titular en el diario El País del 14 de noviembre de 2021. No ha dejado de rondarme desde
entonces. Cuando he intentado averiguar por qué me impactó tanto, me he dado
cuenta de cuánto encierra en una frase tan breve. Es como un puñetazo en el
estómago que resume la intensidad que puede llegar a alcanzar el sufrimiento
psicológico de una persona. O físico, que también puede ser. Pero este último
es palpable, objetivo, se puede ver, lo que lo coloca en otro plano, a mi modo
de entender.
El
sufrimiento psicológico es una losa invisible porque quien lo sufre suele
ocultarlo. Va teñido de vergüenza o pudor, acompañados de una sensación de
debilidad. Reconocer que existe es como gritar a los cuatro vientos que quien
lo sufre “no puede con la vida”, lo cual puede ser cierto en ese momento concreto
y, además, probablemente resulte perfectamente entendible para cualquiera que
se pare a analizar su propia experiencia vital. Me atrevería a decir que
prácticamente todos hemos pasado al menos por un periodo así a lo largo de
nuestra vida por múltiples y diferentes motivos: una pérdida dolorosa, la
muerte de un ser querido, el desempleo inesperado y la desesperación de no
encontrar un nuevo trabajo, una decepción amorosa, un accidente incapacitante,
la imposibilidad de llegar a fin de mes y cientos de motivos más.
Puede
presentar “síntomas” como un estado de tristeza, apatía o desinterés, una
excesiva emocionalidad o propensión al llanto, enfados permanentes o incluso
agresividad. Pero todos ellos requieren de la existencia de un observador
externo verdaderamente implicado con esa persona que sufre. Requiere que
“veamos” al otro y nos tomemos la molestia de interpretar esas señales o que
seamos capaces de hacerlo. Precisamente, a veces me he sentido torpe por no
haber detectado algo en las personas que me rodean. Y otras, no he sabido qué
hacer cuando he notado algo extraño. No es tan fácil. También puede ocurrir que
sea capaz de ocultar ese dolor, incluso a quienes tiene más cerca. ¿Y entonces?
Me temo que estaremos abocados al fracaso.
Quien sufre necesita
valor para pedir ayuda, pero es imprescindible que primero sea capaz de darse
cuenta de que ese dolor podría ser patológico y que eso lo convierte en un mal
que puede tratarse y superarse. Yo diría que ahí radica la mayor dificultad. Es
probable que el dolor le impida ver más allá, lo paralice y, por eso mismo, los
que lo “ven” juegan un papel vital, nunca mejor dicho.
Estamos
rodeados de personas que sufren y sufren mucho, tanto que más de tres mil
seiscientas personas se quitan la vida cada año en nuestro país, lo que
equivaldría a que desapareciera la totalidad de la población de localidades
como Cebreros, Villaluenga de la Sagra, Alhama de Almería, Valdepeñas de Jaén,
Lopera, Peñaflor, Casabermeja, Moclín o Cuevas de San Marcos. La imagen es para
mí impactante, pero aún lo es mucho más si pienso en los muchos miles que lo
intentan sin llegar a consumarlo.
El
sufrimiento tampoco tiene edad. Veo en las estadísticas que se contabilizan
casos de todas las edades, desde menores de quince años hasta mayores de
noventa y cinco. No sabría decir cuál de los dos extremos me resulta más
estremecedor.
No puedo
darle una conclusión a esta reflexión porque no tengo respuestas. Quizá la
única conclusión posible sea que debemos abrir los ojos y el corazón a los que
nos rodean. Que prestemos atención y ofrezcamos nuestra mano y nuestro deseo de
escuchar a quien está sufriendo. Creo que conocemos de sobra el magnífico poder
balsámico que puede tener una palabra amable o cariñosa.
Foto: geralt
La dura y cruda realidad
ResponderEliminarMaravilloso texto.
Eso es exactamente lo que uno quiere cuando se plantea el suicidio. Dejar de sufrir. La depresión, única enfermedad mental que te deja completamente consciente de tus actos, es extremadamente cruel con el que la sufre y con quienes les rodean. Desear morir no es tan difícil. Es simplemente una piedra en el camino que se hace complicada de sortear, un palo de esos que da la vida que te deja aterido de un frío solitario o simplemente la vida que es que la vida es así y a ti se te hace grande. Querer morirse no es tan difícil. Lo complicado es ser capaz de hacerlo. Una persona diseñada para vivir quitándose la vida. Qué sinsentido, no? Pero la primera causa de muerte en España, donde la calidad de la sanidad psiquiátrica es pésima y encima esto se convierte en una enfermedad de ricos. A mi que se me va (medio sueldo literal) en mantenerme a flote. Sin ese sueldo y sin mi familia hace 20 años que no estaría aquí. Y aquí sigo. Harta! Pero aquí sigo. Me temo que no por mucho tiempo porque hasta de ser fuerte y de luchar se cansa uno y cuando los que te sostienen se tambalean por la edad o la desesperación sun ver el final del túnel….piensas en esa caja de pastillas de la mesita de noche…y sabes que será antes o después. Hay mucha gente sufriendo terriblemente en una sociedad ínculta y cateta a quien no le puedes contar porque sino ya eres la loca! Simplemente os pido que cuando veíais a alguien triste, le sonriáis. No sabéis si esa sonrisa puede ser lo que haga que no se tome las pastillas esa noche. Sed amables, complacientes y comprensivos. Todo el mundo pasa por un mal momento y todo el mundo tiene una caja que tan solo tiene que tener el valor de usar.
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